Sobre mí

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Pilar, era el nombre favorito que mi mamá tenía reservado para su futura hija, por una muñeca que tuvo de pequeña. Pobrecita, para su mala suerte, la primera esposa de papá se llamaba igual que la muñeca. Así que cuando nací hubo que modificar levemente el plan. Papá no soportó qué diría la gente si daba a su primera hija el nombre de su ex-esposa fallecida. Negociación de por medio, aceptó que me llamaran Pilar sólo si el primer nombre era el de mi madre. Y así se hizo, con el pequeño detalle de que mi padre quiso rendir en el último segundo de mi inscripción en el registro civil, un homenaje a mi madrina Cristina. Y aunque me llamo Gloria Pilar Cristina, me identifico más con el objetivo vital de vivir como una Pilar.

Nací en Valparaíso pero me inscribieron en Limache. Crecí en Villa Alemana, una ciudad que no tiene nada y que lo tiene todo. Vi y sé lo que es estudiar en una escuela pública chilena en la época en la que hacíamos química sin laboratorio y música sin instrumentos. Aprendí que lo importante en una escuela es sentirse cómodo y seguro y que el aprendizaje llega cuando estamos contentos y nos sentimos parte de una comunidad.

Soy profesora de castellano. Por 14 años ejercí en educación secundaria en Chile. Aún disfruto pensando la idea de algún día volver a las aulas y trabajar con adolescentes. Además de investigadora y doctora en psicología de la comunicación, también soy periodista; y este espacio es el primer esfuerzo que hago en muchos años de volver a reconciliarme con el periodismo, espero, con una nueva mirada.

Gracias a que soy mamá, esposa, hija, hermana, nuera, cuñada, prima, amiga, es que me siento atravesada por fuertes vínculos interculturales. En el día a día, mi mente salta del castellano al alemán, para zambullirse en el catalán, después de un paso furtivo y frecuente por el inglés y un reposo grato en el italiano. Pertenezco a tres naciones adoptivas y me siento feliz en muchos rinconcitos del mundo.

La vida me regaló trabajar y aprender de los lingüistas chilenos Luis Gómez Macker y Marianne Peronard Thierry, primera mujer miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua. Trabajé en universidades en Chile como docente de lingüística, pero mi necesidad de comprender la comunicación humana me llevó a estudiar periodismo y ciencias de la comunicación. Con compañeros maravillosos que tenían 10 años menos que yo, comencé el camino como periodista y mi exploración interior, en la búsqueda de un modelo que me ayudara a comprender y resolver los problemas humanos de manera más satisfactoria. Me acerqué al mundo de la consultoría y la resolución de conflictos gracias mi amigo, profesor y consultor chileno Rolando Garrido.

Encontré claves de lectura de la realidad y construcción de un mundo unido en el concepto de unidad y fraternidad de Chiara Lubich, mujer potente y revolucionaria que me cambió la vida. Soy cristiana, estoy convencida de que el evangelio es una vía infinita de transformación social y personal.

Mi amigo Padre Pepo Gutiérrez me enseñó a vivir lo esencial del mensaje evangélico, a no dejarme impresionar por las jerarquías, a relativizar las seriedades y a creer en lo imposible.

Quemé naves para irme un año a Italia a explorar escuelas de formación social y política que proponían un nuevo modelo de diálogo. Recorrí la península itálica con mi grabadora y la compañía eventual de mi mamá, la mejor asistente de investigación del mundo mundial. Conocí buenas prácticas que me mostraron que la paz se construye haciendo. Trabajé con el politólogo italiano Antonio Maria Baggio de quien aprendí las claves de lectura social y política desde la óptica de la fraternidad. Quise escribir para entender cómo replicar este modelo de formación social y política. Me apasionó visualizar cuál podría ser un modelo de comunicación para la paz. Sin embargo, los periodistas, si bien sabemos de comunicación, sabemos muy poco de cómo comunican las personas. La pieza del puzzle que me faltaba y que lo completaría todo, llegó con mi doctorado y el trabajo con Robert Roche, español y catalán, psicólogo y maestro de tantas personas. Gracias a él entendí la potencia de la Prosocialidad y su capacidad transformadora de cualquier contexto. Aprender a mirar el mundo desde la Prosocialidad me abrió nuevas claves de lectura y me atrevo a decir que no existe un contexto en el que la Prosocialidad no pueda aportar al menos algo, para mejorar la calidad de vida y bienestar de las personas.

De mi compañero de vida aprendí que ser mujer y ser hombre es también una construcción social y cultural, que todo modelo de interacción es negociable y que no hay verdades absolutas ni incuestionables. De mi hija he aprendido que la flexibilidad nos hace libres y que la mente humana es generosa, puede acoger múltiples culturas, multimundos y multilectos de una misma lengua, tal y como diría mi maestro Gómez Macker.

Con mis compañeros el grupo LIPA (lipa-net.org) somos una comunidad de constructores y embajadores de la Prosocialidad, cada uno en su estilo y a su manera. Con ellos camino, me confronto, sueño y hago.

En este espacio menos institucional, como periodista y conferencista, siento la necesidad de contar lo que veo desde una óptica prosocial. Hablar con personas, iluminar el mundo desde otra ventana. También quisiera narrar historias posibles a través de mis presentaciones y cursos.

Transformar nuestros mundos para que sean espacios más seguros no es tan difícil como parece. Todos tenemos los recursos creativos necesarios para activar nuestra prosocialidad, mejorar los vínculos y vivir desde la confianza.

Ojalá podamos darle una vuelta a los problemas, y hacer el ejercicio de re-vernos a nosotros mismos desde la capacidad transformadora que los seres humanos tenemos de cualquier contexto.